Hoy, como de costumbre, lloré un rato. Luego me quedé rebotando entre la Copa Davis -pelea de machos latinos- y el Inspector Morse -pelea de machos british- y después me fui a navegar por Las Teorías Salvajes: qué alivio leer un tractado, libre de vocablos nauseabundos onda pasión, amor, romance y demás expresiones oscurantistas, que desnuda los mecanismos latentes del apareamiento humano con tanto flair que me encontré freneticamente subrayando una y otra premisa/conclusión: así es...así es carajo.
Difícil no odiarse a si misma por haber sido el objeto de perversiones ajenas. Pero el arte a veces apunta hacia esas zonas misteriosas -antiguamente, feudos de divinidades mezquinas, soberbias y envidiosas- donde se nos somete, sin nuestro consentimiento ni entendimiento, a obscenidades arbitrarias que van desde los genocidios más barrocos hasta las mil y una variedades de la infamia light: esa que se practica a diario, puertas adentro, en familia. Y, por esa alquimía que le es propia, aunque sea fugazmente, el arte a veces hasta nos rescata: poderío de esos fantasmas que sólos nos permiten entender la realidad, diría el linkillo.
Siguiendo esos pensamientos, me puse estrategicamente llamativa y salí hacia la inauguración del nuevo Proa. Un edificio sobre cuyos méritos no sabría opinar con objetividad por la simple razón que lo diseñaron un par de tanos. Pero cómo te sale esa sangre que tenés me contestó, entre divertida y escandalizada, la mamá de una amiga arquitecta ante mi inconfundible tono de orgullo. Y...qué te parece? En cambio sí puedo decir que la muestra, un himno a Marcel Duchamp, es impresionante. Obra en miles de soportes prestada por museos around the world y están Breton, Man Ray, Prose Sélavy, la novia desnudada por sus célibes, el mingitorio, la partida de ajedrez entre Duchamp y John Cage, el frasquito de aire parisino, hasta Maya Deren.
Extraño a la taza forrada de piel, le comenté a la fotógrafa Silvina Aguirre y al curador Maxi Jacoby en passant, meditando que, como la exhibición marca el espíritu de colaboración entre Duchamp & friends, su ausencia podría denotar alguna riña Méret v. Marcel. Pero qué zarpados los surrealistas...una se olvida, a veces, cuan heroicos fueron. Volver a visitarlos nunca está de más, y sus juegos, elucubraciones y rompecabezas siempre me pegan cual grito visceral à la Marta Minujín en defensa de esa cosa tan absurda, frágil, necesaria, nuestra: arte! arte! arte!
Marcel, de paso, era re buen mozo. En eso coincidimos entre champagne y cigarrillos en la majestuosa terraza con vista al río. Y cuando vino a Buenos Aires dijo que los argentinos son aburridos y se visten muy mal, agregó mi amigo Bruno. Es que todavía no estábamos nosotros, dije ojeando de lejos cierta morocha impactante que luego se acercó, pero yo no tuve bolas como para darle bolas. Uyy...tendría que estar en Palermo comprando porro, exclamó otro amigo mirando su reloj con una languidez que refutaba cualquier urgencia: demasiado voluptuosa era la tarde, demasiado pródiga su luz que iba rociando la pestilencia del Riachuelo de miles de colores cristalinos. Por esas inauguraciones tempranas que siempre terminan en su terraza, también, queremos tanto al Proa.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment