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Domingo, noche de joda con Brian. Voy a buscarlo en su restaurante en Soho, donde me arrincona un arquitecto calvo cincuentón amigo de amigos. Me aburre a muerte y trata de tocarme a cada oportunidad. Un asco. Brian me lleva a Lotus, donde nos sentamos en la mesa de Patrice y su fastoso traje Armani y su séquito de gatos. Es un Haitiano con guita que en alguna vida previa tiene que haber sido un Tonton Macoute. Nos convida champagne y me dice con su fuerte acento francés “Sos un peligro…antes de irte pásame tu teléfono”. Hay un tipo que acaricia mi espalda desnuda demasiadas veces. Le digo que mantenga las distancias. El se queja con Patrice, quien me reta con que es un amigo suyo. Le digo “Todo bien pero decile que no me toque” y Patrice se enoja visiblemente. Un asco. Brian me lleva a Bungalow 8 el boliche members only donde me presenta a James, versión aburrida de otro chico que sigo extrañando a pesar de sus mentiras tan torpes. Me convida una merca muy mala, luego me invita a su casa. Le digo “No necesito sexo esta noche”. Se escandaliza y le digo que no sea careta. Me pide mi teléfono y se lo doy, ni idea por qué.
El lunes, fiesta en el Tribeca Grand. Una mezcla rara de abogados con clientela vip, diseñadores, políticos cancheros, modelos, corredores de bolsa y hasta unos rockeros perdidos por ahí. Natalia me presenta a un arquitecto que sostiene haber diseñado la nueva tienda Prada. A pesar de que lo encuentro cero atractivo, me engancha con su conversación. Me invita al Sway donde los lunes toca Baby Blue, mi DJ favorito. Empieza a caerme mejor. Vamos. Estoy al pedo, enseguida me pierdo en brazos de una chica impactante y el arquitecto se vuelve loco. Trata de separarme de mi bella pero no hay manera. Se larga, no le queda otra. Pero llama a Natalia para conseguir mi teléfono y empieza a quemarme la cabeza. Finalmente me gana por cansancio. Me dejo llevar a comer el mejor sushi del momento, que es en Blue Ribbon. Me pregunta de la nada si quiero un novio. Afirma que él sí quiere una relación. Me pregunto cómo se le ocurre contarme semejantes barbaridades en una primera cita. Me baja unos puntos. Pero en el taxi no sé bien por qué le doy un beso y me calienta. Lo sigo a su casa donde me muestra sus pinturas, que son brillantes. Vuelve a subirme unos puntos y terminamos acostados. Cuando me tiene clavada bajo su cuerpo grandote y pesado me pregunta a quemarropa: “¿No me tienes miedo? Sos muy confiada”. Flasheo con mi cadáver complicadamente asesinado protagonista de un episodio de CSI Nueva York. ¿Irse ya antes de que sea demasiado tarde? Pero a fuerza de miles de caricias y de besos mi cerebro ha dejado de funcionar. Es muy bueno en la cama. Una trampa.
El martes me llama James, a penas lo tengo. Me invita a unos tragos con amigos en Balthazar. Estoy sin un plan mejor así que voy. Nunca se sabe, y el lugar ese me encanta. James está sentado en la barra con su pandilla de esclavos de una prestigiosa agencia literaria. Me convidan champagne y ostras, que en Balthazar son lo más. Claramente acá hay algún plan oculto que me involucra. No sé bien cómo, ni quiero enterarme. “Está llegando William que quiere verte”, me anuncia James. Sostiene habérmelo presentado en Bungalow 8. Tengo cero registro. Llega un chico y sigo no acordándome de él, pero es hermoso: pelo salvaje y traje negro con toda la onda. Glamour a la Nick Cave sin la heroína. Resulta ser arquitecto. Se sienta al lado mío y enseguida la pandilla de agentes desaparece de mi radar. Luego desaparece de verdad y William me carga en su BMW negro hacia la fiesta de Missy Elliot en Lot 61 donde me convida una merca de iper lujo. Ahora sí. Hablamos de todo y nos agarramos apasionadamente en cada rincón. Me pide mi teléfono y se lo doy con ganas. Me invita por todos lados y la paso cada vez mejor. Los días que no nos vemos me llama para largas e intimas charlas antes de dormir. La movida y la seducción, impecables. Empiezo a sentirme cómoda, deseada y feliz. Otra trampa.
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1 comment:
Peligro: deseos en construcción.
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